19 de mayo de 2018.
Ayer volvió a suicidarse un estudiante de Medicina. Antes fueron otros, y también médicas, obstetras, enfermeros, trabajadores sociales, psicólogas. Los malestares en el campo sanitario que vemos cotidianamente, tanto las quejas desde dentro como desde fuera, vienen siendo múltiples; enumerarlos cansa, tanto de verlos cada día como noticia nueva viejísima, como también cansa por su extensión, profundidad, cronicidad y complejidad.
Pero los suicidios en el campo sanitario parecieran aportar un nivel más: ¿Qué nos está diciendo el que las personas que tienen (y han asumido) el mandato social de cuidar la vida ataquen masiva e irreversiblemente la suya propia?
De alguna manera nuestro sistema de salud está llegando a otro nivel de colapso. Ya no el horrorosamente naturalizado listado: de las ecografías privatizadas en frente al centro de salud, la de la falta de medicamentos de todo tipo, los no hay turno / no hay cama / no hay, la del doctor que no sabe ni entiende ni quiere entender que salud no es solo hospital y su ego, la de los seguros “universales” para “el que puede”.
Colapsamos quienes trabajamos en salud; pasa en sanatorios, en APS, comunidades, en calle, centros de salud, en facultades; y cada vez la autodestrucción es más directa: ya no sólo automedicación de sedantes, abuso de alcohol, irritabilidad crónica, maltratos a pacientes o colegas o estudiantes, chismes de todo pelaje. Es matarnos.
En un modelo de sociedad donde el valor central, el que rige las relaciones, los derechos, es cada vez más el dinero ¿Por qué habría de sorprendernos que si, para quienes nos toca defender la vida, ésta ya no tenga sentido alguno, ni la nuestra?
Como organización, ALAMES Paraguay se pregunta y pregunta, y se suma a iniciativas colectivas para trabajar este tema de un tamaño tan grande como inocultable.