No hemos aprendido nada.

Seguimos confiando en nuestros verdugos

Esta pandemia puso al desnudo las flaquezas del sistema, especialmente desnudó la perversidad del ser humano, ambicioso, soberbio, insensible cuando se reconoce con poder. De la misma manera ésta crisis dejó ver lo mejor de las personas sencillas como la solidaridad a través de las ollas populares, el apoyo a quienes enfermaron y la fortaleza y tolerancia para afrontar los avatares que generaron los despidos, disminución de salarios y la falta trabajo.

 

Ni bien fue declarada la pandemia, conscientes de la debilidad de nuestro sistema sanitario, por años abandonado y desfinanciado nos pusimos tapa bocas, acatamos el encierro y aislamiento renunciando a los encuentros familiares y de amigos. Cuando empezó a arreciar el hambre y el desempleo, nos pusimos hacer ollas populares, a cultivar en nuestras huertas, a fabricar tapabocas, batas, camillas, lavatorios, desinfectantes y hasta ensayamos hacer respiradores.

Hicimos todo esto creyendo que por primera vez los agentes del estado cuidarían de nuestras vidas, se ocuparían de poner en condiciones hospitales, protegerían a los trabajadores de salud, médicos, enfermeros, químicos, limpiadores, que no faltarían insumos, que organizarían la gestión de atención a la gente respetando su dignidad y su condición de ser humano pero reaparecieron los embusteros, ladrones y saqueadores  de siempre aprovechándose de las circunstancias a la vista de todo el país de manera impúdica e impunemente a hacer negocios con la vida frente al riesgo de la muerte.

Con el dinero prestado para atender la emergencia sanitaria se consumaron los más oscuros negocios en favor y ganancia de empresas y familias selectas cometiendo abiertos y escandalosos actos de corrupción, sobrefacturaciones, equipos y medicamentos de dudosa procedencia y calidad que a la fecha aún se encuentran sin sanción a quienes lo cometieron.

Quédate en casa, nos dijeron, mientras equipamos los hospitales y a los trabajadores de salud, pero a 6 meses de habernos confinado, todavía estamos lejos de tener las condiciones para atender a las personas con seguridad.

Preocupados y distraídos por los sucesos vinculados a la pandemia miles de compatriotas pierden su trabajo, extensos territorios  de nuestro país son deforestados, matando los últimos remanentes  de bosques nativos, el tráfico de influencias y blanqueo de los pillos encarcelados a la orden del día,  mientras tanto, miles de pacientes portadores cáncer y otras enfermedades autoinmunes y crónicas recorren los servicios públicos de salud mendigando la medicación que salvaría o alargaría su  vida sin respuestas en la mayoría de los casos.

Temerosos de exponer a nuestras familias nos quedamos sin abrazos, mientras negociaban sin reparo endeudarnos hasta nuestros bisnientos.

Creyendo que  una crisis de esta envergadura llamaría a las altas autoridades a proteger a cada ciudadano de este país, no imaginamos que  tomarían como una oportunidad para plantear una reforma del estado, incluyendo la reforma del sistema de salud a espaldas de la gente y de la mano del Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional rematando así el negocio para  terminar de  entregar lo poco  que nos queda, aprovechando  la oportunidad de la prohibición de las movilizaciones  de campesinos, de trabajadores, indígenas, mujeres a reclamar  por el Estado que necesitamos. A cambio se convocan a los gremios de empresarios, grandes productores y exportadores, terratenientes y burócratas esperando llevarse el botín del siglo.

Retomando viejas prácticas autoritarias y violentas, el orden a fuego y garrote frente al desamparo y desesperación de la gente que sin más alternativa que la changa y por pinta de rapero o simplemente por borracho no fuera cruelmente azotado. Se utiliza la violencia como si fuera el remedio contra el temible virus.

Nos hemos mordido el dolor de nuestras enfermedades, esperando que los hospitales estuvieran en condiciones para atender, como nunca tendríamos salas de terapia, equipos y los medicamentos necesarios. No imaginamos que nos rechazarían en las puertas de los hospitales con nuestra hipertensión, diabetes, nefropatía y cuanta enfermedad que no fuera coronavirus. En lo que va de la pandemia han muerto más madres por eclampsia, más enfermos de cáncer, diabetes o hipertensos y miles de otras enfermedades por la desatención y el desamparo el estado que del mismo coronavirus.

Y como si todo fuera poco siguen los despojos a las comunidades indígenas, el abandono y la miseria como parte de una desasistencia programada, destruyendo sus territorios a cuenta del negocio de la deforestación y el avance del monocultivo, tildados de haraganes y atrasados ni siquiera el socorro de agua potable les son proveídos en comunidades azotadas por la sequía y el hambre

Creímos que esta crisis haría que recapacitemos todos sobre nuestra forma de estar en el mundo, y que aprenderíamos a valorar lo esencial, sobre todo, la Vida.

Fue sin duda, un hermoso sueño.

No hemos aprendido nada, seguimos confiando en nuestros verdugos.

ALAMES cap.PARAGUAY. 07/08/2020

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